lunes, 29 de agosto de 2011

La Leyenda Del Árbol Del Amor

Caminante, detén sóloun momento tu laberíntico deambular y sígueme; te guiaré hasta un frondoso árbol siempre verde llamado, según unos Aralia paperifer, de origen europero y según otros Simporicarpium, de origen asiático, pero al que nosotros llamaremos con el nombre que le ha dado la leyenda, de "Árbol del Amor". Es un árbol muy especial, perteneciente a una especie sumamente rara, tanto que se dice que no hay otro ejemplar en el continente americano ; eso explica la confusión de quienes han tratado de identificarlo con alguna especie conocida, y si algún día en país exótico te topares con uno, te preguntarás si también encierra una singular historia de amor, como la que me contara don Pepe Salas, el afable custodio del convento de San Agustín.

En pleno centro de la ciudad de Zacatecas, a espaldas del portal de Rosales y frente al ex convento de San Agustín, encontrarás una plazoleta arbolada que otrora fuera un minúsculo jardín. Es la actual plazuela de Miguel Azua. En este apacible rincón se daban cita feligreses, vendedores y aguadores, en cuya cotidiana calma provinciana la prisa no tenía lugar y sí la vida y el calor humano. Ahí, regado con el vital líquido que le sustentaba y con las lágrimas derramadas en silencio por tres seres marcados por un destino común, se encuentra el árbol que fue testigo de sus amores.

En el pasado, el templo de San Agustín daba vida espiritual a este bello rincón de ensueño, propicio al atardecer para los enamorados. El aroma de exquisito incienso emanado del templo, al igual que las plegarias de los fieles, creaban una mística sensación sedante de descanso para el cuerpo y tranquilidad para el espíritu.

Allá por 1850, un francés llamado Philipe Rondé, con admiración se extasiaba mirando la artística fachada del templo que, sentado en el jardín, dibujaba día a día. Este histórico dibujo es el único que se conserva del templo de San Agustín, que nos transmite un esbozo del pasado esplendor ornamental que poseyó, bárbaramente cercano a ciencia y paciencia de ignaro gobernante de principios de este siglo, en pleno porfiriato, ante la desesperación de un pueblo y sus dirigentes eclesiásticos. De nada sirvieron los amagos de excomunión frente a las amenazas de muerte dirigidas a presidiarios obligados a mutilar con cincel y marro la religiosa fachada.

Oralia, la hermosa jovencita de leyenda que dió origen al nombre con que popularmente se conoce al árbol, vivía en una de las señoriales casas que daban marco colonial al jardín. Con la lozanía de su edad, propicia para el primer amor, su cantarina risa contagiaba la alegría de vivir a todo lo que la rodeaba.

Era Juan un humilde pero risueño y noble barretero, que aun despierto soñaba encontrar la brillante veta de plata para ofrecérsela a Oralia, a quien amaba en silencio, mas al sentirla cerca la conciencia de su pobreza la alejaba como la más remota estrella.

Por las tardes, al salir de la mina, Juan se convertía en alegre y locuaz aguador, siempre acompañado del paciente burro al que recitaba sus improvisados versos de amor, caminando más de prisa con la dulce ilusión de contemplar a Oralia al entregarle el cristalino líquido, parte del cual era destinado de inmediato a regar las plantas del jardín y en especial el árbol que cuidaban con esmero.

La juvenil Oralia sentía a su vez nacer un entrañable cariño, más allá de la amistad, por el locuaz aguador que por su parte día a día se ganaba también la estimación de las familias.

Mas sin saberlo Juanillo tenía un rival, que tras la etiqueta de la cortesía y modales refinados, conquistaba cada vez mayor campo en el corazón de Oralia, quien experimentaba la ruborosa turbación de sus encontrados sentimientos, ante la presencia de Pierre, aquel francés que la colmaba de atenciones.

El destino había traído precisamente a su casa al francés al ocurrir la ocupación por las tropas invasoras en 1864, y por cortesía las familias dispensaban un trato deferente al extranjero, eximiéndolo de responsabilidad por los actos de un gobierno al que debía obediencia. El francés, siempre impecable en sus modales y pulcro en el vestir, les visitaba no tanto por corresponder a la amabilidad de la familia, sino con la secreta esperanza de impresionar a Oralia, de quien se había enamorado.

Con el permiso de los padres, solían sentarse bajo la sombra del árbol que Oralia regaba y cuiaba; entonces la joven dejaba volar su imaginación al escuchar la descripción que de su patria le hacia Pierre.

Juanillo sufría en silencio al contemplarlos juntos, incapaz de hacer nada para evitarlo, y al comprender la fatalidad de las barreras sociales que lo separaban de su amor, soñando siempre con encontrar la veta de plata que le ayudara a realizar sus sueños.

Trabajaba duro en minas abandonadas, soportando la fatiga; al final de la jornada, el agua de las minas limpiaba el polvo que cubría su piel, haciendo huir el cansancio, para dirigirse a con su fiel burrito a llenar sus botes del agua de la fuente y repartirla a las familias con quienes se había "amarchantado", cuidando de dejar al final la casa de Oralia para disponer de un poco más de tiempo en su compañía.

La simpatía del humilde enamorado hacía que Oralia lo esperara con impaciencia para que le ayudara a regar su árbol, como ya se había hecho costumbre. Al hacerlo, su regocijo se manifestaba en el lenguaje secreto de los enamorados; el árbol lo sabía y el susurro de sus hojas se confundía con el rumor de las risas de los jóvenes, mientras su follaje se inclinaba, en un intento de protegerlos de miradas indiscretas.

Dolía el corazón a Oralia cuando una tarde se encaminó hacia el templo. Postrada ante el altar, lloró en silencio al comparar dos mundos tan opuestos; su plegaria imploraba ayuda para tomar la decisión acertada en tan cruel dilema sentimental.

Al salir del templo y dirigirse a su casa sin haber logrado adoptar una resolución, se sentó en silencio bajo el árbol y el llanto volvió a sus ojos, su angustia provocaba la alteración del ritmo de los latidos de su corazón, cuando en su regazo cayó suavemente un racimo de cristalinas lágrimas que conmovido el árbol le ofrecía como amigo amoroso en su desconsuelo, y al contacto de sus tiernas manos, las lágrimas del árbol se convirtieron en un tupido racimo de blancas flores.

Oralia recuperó la paz junto a su árbol y encontró el valor suficiente para decidirse por su barretero, sin importarle su humilde condición.

Al día siguiente, el francés se presentó puntual en la casona y con semblante aduso informó de su próxima partida de la ciudad y del país. Otros vientos políticos flotaban en la nación y era urgente su traslado a Francia. Se llevaba el corazón destrozado por verse obligado a abandonar el afecto que había encontrado, y la despedida le resultaba aún más amarga al saber que jamás volvería a ver a Oralia, quien lo despidió junto al árbol, ahora ya tranquila al comprender que había tomado la decisión más correcta de su vida.

Mientras tanto, en la profundidad de la mina donde había cifrado sus esperanzas, Juan vislumbraba un tenue brillo, tan sutil y huidizo como la ilusión; una corazonada hizo intuir al gambusino la veta que buscaba, y con nuevos bríos continuó excavando con su barreta la dura roca que aún se resistía a entregar al imberbe joven su argentífera savia.

Al día siguiente, al llegar con el agua, Oralia lo notó más alegre y locuaz que de costumbre; no se pudo contener y al verlo tan feliz y sin pensarlo le estampó un impetuoso beso junto al Árbol del Amor que regaban ahora entre risas.

Juan ni de su rica veta de plata se acordó, y olvidó completamente el discurso que toda la noche había ensayado, al ver caer racimos de flores blancas del árbol, que así compartía la culminación de tan bello idilio en aquel tranquilo jardín, hoy plazuela de Miguel Auza frente al ex templo de San Agustín.

Desde entonces, las parejas de enamorados consideran de buena suerte refugiarse bajo las ramas del Árbol del Amor, para favorecer la perduración de su roman.

La Leyenda del Hombre Lobo...

Animales poderosos y peligrosos, los lobos han sido por mucho tiempo el terror de los campesinos cuando el hambre los empuja hacia las aldeas en el invierno. No es de asombrase, por lo tanto, que la imaginación popular haya inventado que ciertos seres humanos puedan transformarse en lobos y devorar a otros hombres. Durante los siglos XV y XVI, los hombres lobos, como se les llamaba, fueron un tema recurrente, ya que una verdadera psicosis reinaba entonces entre el campesinado y numerosos individuos acusados de "licantropía" (capacidad de transformase en lobos) fueron juzgados y condenados por los tribunales por haber cometido asesinatos de carácter canibalesco bajo la apariencia de lobos.
Gilles Garnier, hombre lobo y caníbal
Puesto que nadie, en esa época, dudaba de la existencia de los hombres lobos, en los que se veía una manifestación del diablo, personas muy sabias disertaban sobre los casos registrados. Pedro Mamor, rector de la Universidad de Poitiers en el siglo XV, no muestra escepticismo alguno cuando comenta el siguiente testimonio: una campesina habría visto a su marido vomitando el brazo y la mano de un niño que habría devorado mientras su cuerpo había tomado la forma de un lobo...
Los anales judiciales registran muchos procesos de los cuales comparecen personas sospechosas de ser hombres lobos. En 1521, en Francia, dos campesinos, Burgo y Vicente, fueron juzgados bajo esta acusación. Sin embargo, uno de los procesos más famosos se desarrolló en el Franco Condado en 1574, cuando se juzgó a un hombre llamado Gilles Garnier, acusado de haber asesinado a muchas personas, entre ellas a varios niños, y de haberlas devorado después de transformarse en lobo.
¿Cuáles fueron las pruebas presentadas? ¡Las de haber ofrecido de esa carne a su mujer! A través de un pacto con el diablo, Garnier adquirió la capacidad de transformase en lobo. Muchos testigos cuentan en el proceso haber tenido conocimiento de este pacto. El mismo acusado reconoce haber utilizado un ungüento mágico para cubrir su cuerpo antes de atacar a sus víctimas.
El proceso contra Garnier es muy similar a aquellos en que se juzgaba a hechiceros o brujas y el culpable era condenado a la pena habitual en los casos de hechicería: a la hoguera. Contrariamente a las serpientes, se desplazan con ondulaciones verticales. Inmediatamente, Lagésille hace alistar uno de los cañones de repetición del buque y ordena un disparo a 600 metros.
El tiro es ligeramente corto y los animales, asustados, vuelven a sumergirse "resoplando ruidosamente y dejando en la superficie un remolino similar al de una rompiente. Los testigos tienen el tiempo de observar la pequeña dimensión de sus cabezas.
Una "epidemia" extendida y duradera
En 1589, un asunto bastante parecido ocurre en Alemania. Un campesino llamado Pedro Stumf es acusado de haber asesinado y devorado, bajo la apariencia de un lobo, a trece niños, entre ellos a su propio hijo, y de haberse festinado con su cerebro... El culpable fue ejecutado cerca de Colonia. Pero la licantropía no es sólo un atributo masculino. Las mujeres también son capaces de transformarse en lobos. En Lausanne, en 1604, cinco brujas metamorfoseadas en lobas se llevan a un niño y lo devoran después de haberlo hervido -extraño refinamiento en seres acusados de actuar como animales. Como pareciera que estos hechos fueron comprobados, ellas también fueron quemadas vivas.
La obsesión por los hombres lobos es, pues, inmensa por lo que se organizan en Francia, en numerosas provincias, batidas destinadas a cazar a estas criaturas inmundas. Hasta cerca de 1610, numerosos casos fueron registrados. En el siglo de la razón, el de descartes, el oscurantismo y el fanatismo continúan dando libre curso a un celo asesino. Leyendas que se refieren a hombres que se transforman en lobos son conocidas desde la Antigüedad. El término mismo de "licantropía" viene del nombre de un rey griego, Lycaon, soberano de Arcadia, transformado en lobo por Zeus por haber osado servirle carne humana durante un banquete.
El rigor de los inviernos a fines de la Edad Media y a comienzos de la época moderna así como el temor a los lobos, todavía muy presente en los bosques de Europa entre los siglos XV y XVI, pueden explicar la epidemia de hombres lobos que se produjo en esa época. Pero la convicción de que un ser humano puede transformarse en un animal depredador no es sólo propia del mundo occidental.
La figura del hombre tigre y la del hombre cocodrilo desempeñan un rol análogo a la del hombre lobo en las leyendas indias y africanas, por ejemplo. A pesar de que es imposible que un hombre se trasforme efectivamente en lobo, ello no significa que algunas mentes enfermas no hayan podido creer que ellas mismas son capaces de tal metamorfosis. Por lo demás, el término licantropía designa en psicoanálisis una dolencia en la cual el paciente se imagina ser un lobo, alucinación que explica sin duda el extraño desarrollo de ciertos procesos y las confesiones de los acusados.
Los niños lobo
El tema del niño lobo ha inspirado algunas antiguas mitologías, tal como la historia de Rómulo y Remo, los hermanos fundadores de Roma, cuya leyenda cuenta que fueron criados por una loba. Pero muchos casos de niños alimentados por lobos sucedieron realmente.
En la Europa medieval: En Hesse, en 1341, se registra por primera vez el hecho de un niño criado por lobos. El muchacho, descubierto por unos cazadores, se desplazaba exclusivamente en cuatro patas y saltaba muy alto. Cautivo, no soporta su nueva vida y muere rápidamente. Tres años más tarde, se menciona un nuevo caso de un niño alimentado por lobos. Esta vez, el retorno a la civilización no acarrea la muerte del niño, quien aprende a hablar y vive hasta los 80 años. Los documentos evocan, sin embargo, su tristeza al haber sido separado de los lobos.
Las muchachitas de Midnapore: La mayor parte de los casos de niños lobos modernos se han registrado en la India, particularmente en la selva de Bengala. La historia más célebre es la de las niñas de Midnapore.
Fueron dos jovencitas, descubiertas en 1920 por un misionero indio, el reverendo J. Singh. Encontradas en la cueva de una loba, las pequeñas fueron conducidas al orfelinato de Midnapore, de donde dependía el reverendo. La más joven fallece rápidamente, sin haber podido caminar ni hablar, y la segunda, aprende penosamente a sostenerse de pie y a pronunciar algunas palabras.
Un caso reciente: Nuevamente en la India, pero en 1976, en la selva de Sultampur, se encuentra un niño de cerca de ocho años, que juega con unos lobeznos. Está hirsuto y sucio y sus uñas son largas como garras. Los aldeanos que lo descubren tratan en vano de civilizarlo y luego lo confían a las Misioneras de la Caridad en Lucknow, al norte de Nueva Delhi, junto a las cuales el niño vive hasta su muerte, en 1985.

La Niña de las Iglesias

Siendo una noche como todas, pero en especial, ésta era una noche un poco más fría, más obscura, cerca de la 1 de la madrugada, un taxista regresaba a su casa después de todo un día de arduo trabajo, en la calle ya no había ni alma de gente, pero al pasar frente al cementerio general de la ciudad se percató que una chica le hacía la parada, éste se siguió pensando que ya estabá muy cansado y que era muy tarde para hacer otra dejada. Sin embargo reflexionó y pensando en su sobrina de 17 años que fue violada y asesinada 3 años atrás, dijo, "pobre chica, no la puedo dejar ahí expuesta a no se qué miserable".



Retrocedió su taxi y llegó hasta ella, tenía aproximadamente entre 18 - 19 años. Al contemplar su rostro, el taxista sintió un frío intenso y cierto sobresalto, al que no le dió importancia, pues la niña era dueña de un rostro angelical, inspiraba pureza, de piel blanca, muy blanca, cabello sumamente largo, era delgada, facciones finas, con unos ojos grandes, azules, pero infinitamente tristes, tenía un vestido blanco, de encaje, y en su cuello colgaba un relicario bellísimo de oro, que se veía de época.
El taxista acongojado le preguntó a dónde la dejaba, y le dijo que quería que la llevara a visitar 7 iglesias de la ciudad, las que él quisiera, su voz era suave, muy triste, pero dejaba notar un timbre muy extraño, que le dejó una sensación de miedo y misterio.
Para no hacerla larga, el taxista la llevó a cada una de las siete iglesias sin replicar, en cada una pasaba cerca de 3 minutos y salía con una expresión de serenidad, de tranquilidad, pero sin abandonar de sus ojos esa mirada de infinita tristeza.
Al final del paseo, ella le pidió un favor. "Discúlpeme si he abusado mucho de su bondad, mi nombre es Alicia, no tengo dinero para pagarle ahora, sin embargo le dejaré este relicario, y ¿podría hacerme un último favor? Vaya a la colonia Jazmines # 245, ahí vive mi padre, entréguele mi relicario y pídale que le pague su servicio, ah, y dígale que lo quiero y que no se olvide de mí. Déjeme donde me recogió por favor.
El taxista se sintió como en un trance, en donde actuaba automáticamente a la petición de la chica, y la dejó ahí, frente al cementerio. El hombre se fué a su casa, se sentía mareado, le dolía intensamente la cabeza, y su cuerpo le ardía por la fiebre que empezaba a tener, su esposa lo atendió de ese repentino mal, duró así casi 3 días.
Cuando al fín pudo reacciónar y se sintió mejor, recordó su última noche en el taxi, recordó a la niña angelical de las iglesias, y recordó su última petición, que le hizo sentir un escalofrío intenso que hizo que se simbrara de pies a cabeza, aunque él no comprendía nada, pensó "qué raro fue todo, seguro se fue de su casa, o tiene problemas, pero, ¿por qué en el cementerio? ¿quien era?, ¡¡ El relicario!! ", sí ahí estaba, sobre su mesita de cama, el relicario de Alicia, que ahora tenía restos de tierra. Se paró como un resorte, tomó su taxi y fue a la dirección que le diera la chica, pero no con la intención de cobrar, sino de descubrír, conocer, aclarar la verdad detrás de ese misterio que le inquietaba, que le estremecía, que no quería ni pensar. Tocó, era una casa grande, estilo colonial, vieja, entonces abrió un hombre, de edad avanzada, alto, de aspecto extranjero, con unos ojos... sí los ojos de Alicia, así de tristes. El taxista le dijo "Disculpe señor, vengo de parte!
de su hija Alicia, ella solicitó mis servicios, me pidió que la llevara a visitar siete iglesias, así lo hice y me dejó su relicario como prenda para que usted me pagara".
El hombre al ver la joya rompió en llanto incontrolable, hizo pasar al taxista y le mostró un retrato, el de Alicia, idéntica a la de hace 3 noches. ¿Es ella mi Alicia?, le dijo el hombre, "Sí, ella, con ese mismo vestido".
"No puede ser, hace tres noches cumplió 7 años de muerta, murió en un accidente automovilístico, y este relicario que le dió fue enterrado con ella, y ese mismo vestido, su favorito... hija, perdón, debí hacerte una misa, debí haberme acordado de tí", debí..."
El hombre lloró como un niño, lloró y lloró, el taxista estaba pálido, pasmado de la impresión, "había convivido con una muerta" eso lo explicaba todo. Volviendo de su estupor, le dijo al padre de Alicia, "señor, yo la ví, yo hablé y conviví con ella, me dijo que lo amaba, que lo amaba mcho, y que no se volviera a olvidar de ella, creo que eso le dolió mucho".
Se dice que el padre de Alicia recompensó al taxista, le regaló toda una flotilla de taxis para que iniciara un negocio, todo en agradecimiento por haber ayudado a su niña adorada a visitar las iglesias en su aniversario fúnebre.

miércoles, 24 de agosto de 2011

LA SIRENA DEL RÍO URUGUAY:

El mito de la sirena del Río Uruguay es una de esas clásicas leyendas que desde tiempos inmemoriales seduce la imaginación de los hombres de todo el litoral oeste del país, e incluso de aquellos que habitan todavía más hacia el sur de la República, pues es evidente que la famosa sirena del Río de la Plata, sobre la que misteriosamente refieren algunos pescadores montevideanos, no es sino la mismísima ninfa de aguas dulces en una de sus excursiones más alejadas. Con todo, es probable que en ningún otro sitio como en Salto esta leyenda posea tantas anécdotas y testimonios que den prueba de su existencia. 

Pese al ostensible nombre de esta bestia, la sirena del Río Uruguay es un animal que apenas recuerda a su congénere de la mitología clásica. 

Una diferencia notoria proviene de las apreciaciones fisonómicas de cada una de estas especies. Las sirenas de la antigüedad helénica fueron seres de forma híbrida, que de la cintura para arriba asemejaban unas hermosísimas doncellas de largas cabelleras y de formas voluptuosas, mientras que de la cintura para abajo eran unos peces gigantescos. En cambio, la sirena del Río Uruguay no es un mero complemento entre una especie humana y otra animal, sino tal vez un híbrido indeterminado entre ambos términos. Se sabe que tiene extremidades, pero éstas no son los tiernos brazos de una náyade, sino unas especies de tentáculos provistos de largas garras y de aletas. Hay también consenso en que tiene abundantes cabellos, pero éstos no son finos y delicados, sino verduzcos y pinchudos como si se tratara de un puñado de bigotes de surubí. Sus ojos son amarillos y saltones, como los de un sapo, y no toleran la luz. El conjunto del monstruo da la impresión de un axolote enorme, pero cuyas facciones evocan, lejanamente, rasgos humanos. Su piel, brutalmente salpicada de erupciones, es de un color gris piedra que le permite un camuflaje sin igual en las oscurecidas aguas del río. 

Otra diferencia importante es que al tiempo que las sirenas sobre las que nos refieren los relatos de la mitología y la epopeya clásica siempre avanzan en grupos, verdaderos harenes fantásticos de seductoras marinas, la sirena del Río Uruguay, en cambio, es un ente tristemente solitario. Es probable que se trate del último espécimen de su raza. La pobre criatura vaga de aquí para allá, desamparada, sin otra compañía que la corriente del río y la ocasional cercanía de otros peces que el azar de las aventuras pone en su camino. 

Pero tal vez la principal diferencia entre la especie helénica y la sirena del Río Uruguay -a quienes conviene reconocer, sin embargo, como parientes muy lejanas-, es la absoluta disparidad entre sus respectivos comportamientos en relación a los humanos. Las sirenas de la antigüedad clásica encontraban singular deleite en provocar la desgracia y la muerte de los hombres. Sus hermosas melodías y sus hipnóticos cantos atraían la atención de los navegantes, que descuidaban el curso de sus naves y las estrellaban así contra los arrecifes, pereciendo toda la tripulación en las aguas. Por el contrario, la sirena del Río Uruguay es un ser absolutamente pacífico, y más que bonachón, casi inocente, que nunca ha causado y es previsible que no causará jamás daño a nadie. 

Puesto que, como se dijo, se trata de un ser solitario en extremo, posee, eso sí, una gran curiosidad. Pero es de un carácter tan arisco y huraño que toda vez que se acerca a un humano, y es percibida por éste, la sirena se zambulle de súbito en las aguas y huye despavorida, como si la sola idea de ser contemplada por los ojos de la gente le provocara un estremecimiento más poderoso que su osadía de mostrarse. 

Desde que los practicantes de la religión afro-umbandista instalaron en la playa Las Cavas una bellísima escultura de Ie-Manjá, los avistamientos más frecuentes de la sirena en la ciudad de Salto se produjeron precisamente en esa zona del Río Uruguay. Muchos de los devotos de esta diosa, que habitualmente se acercan a la costa del río a realizar sus rituales y a presentar sus ofrendas de flores, velas y animales, juran haber divisado más de una vez a la "Madre de las Aguas" saltando a lo lejos, o a veces también paseando en una barca, vestida con sus conocidos atuendos de colores blanco y turquesa, su silueta recortándose en el espejo de plata de la luna. Estas visiones me fueron confirmadas también por algunos de los muchachos del cuerpo de Guardavidas de la Intendencia que en las épocas del verano custodian las playas salteñas. Hacia el atardecer, cuando van a recoger las boyas de seguridad, se ven a menudo espantados por el súbito borbollón de agua que, en su torpe desplazamiento por debajo de la chalana, produce la sirena al pasar. 

Igualmente, los marineros de la Prefectura, hastiados de caminar y de vigilar con sus binoculares toda la costa del Salto, fueron testigos de sus fugaces apariciones. 

Fuera de estos registros recientes, hubo una época en la que los avistamientos más frecuentes de la sirena del Río Uruguay se realizaron en el puerto de la ciudad. Tal vez por esta razón, quienes están en mejores condiciones de proporcionar datos fidedignos sobre la existencia de este apacible monstruo acuático, sean los habituales pescadores que noche tras noche van allí a tirar sus plomadas. También los pescadores de río adentro, que rastrillan la zona portuaria con sus embarcaciones y sus redes, se ven de ordinario sorprendidos por la visita de este curioso engendro. 

En ocasiones, las personas que hacia el atardecer regresan de Concordia en la lancha, pudieron observar también de qué simpática manera acompañaba la sirena el surco blanco de agua que el motor produce en el río, asomando la cabeza y hundiéndose en forma reiterada. Otras zonas de avistamientos frecuentes de la sirena del Río Uruguay en Salto son las rocas del Ayuí, las cuevas de San Antonio y las compuertas de la Represa de Salto Grande, sitio en el que no es por cierto infrecuente advertir a este fantástico animal, saltando alegremente junto a los dorados en los torbellinos de agua. 

LOS ESPÍRITUS DEL LICEO IPOLL (Salto)

Tal vez, algún día, los diligentes funcionarios del Catastro Nacional pondrán fin a la controversia. Sin embargo, hasta que tal cosa no ocurra, la acalorada polémica acerca del sitio exacto en el que se encontraba el antiguo cementerio de la ciudad, continuará. Diversos postulantes aspiran a la candidatura, como los subsuelos del nuevo local de la Regional Norte de la Universidad de la República, los de la Plaza Artigas o los descampados aledaños al Liceo del Salto Nuevo. No obstante, las versiones más persistentes afirman que dicho cementerio se encontraba en los terrenos sobre los que fue edificado el Instituto Politécnico Osimani y Llerena, y en el que funciona, desde hace ya varios años, el Liceo Nº 1 I.P.O.LL. Esta es la razón, según he podido saber, por la cual una vez que comienzan a esfumarse en el horizonte los últimos rayos del sol, este lugar es el escenario de un gran número de eventos misteriosos y paranormales. 

De hecho, el repertorio de estos sucesos es tan amplio y variado que su detalle, menos que instruir, podría aburrir a cualquier lector. Simplemente señalaré que, entre otras cosas, se habla de bancos y pupitres que se mueven solos; de pizarrones que amanecen con bizarros dibujos y leyendas en idiomas extrañas; de papeleras misteriosamente desparramadas por manos anónimas en un sitio recién higienizado; de teléfonos que suenan persistentemente en salones que carecen de tal aparato; de puertas cerradas por dentro con postigo que, al abrirse, dan paso a habitaciones vacías; de inexplicables roturas de vidrios y hasta de insólitas desapariciones de expedientes, exámenes y documentos oficiales. Algunas veces, también pueden adivinarse sombras de ahorcados, proyectadas por los corredores, y figuras humanas deambulando que luego se desvanecen, atravesando paredes y muros, como por arte de magia. Naturalmente, entre los testigos más frecuentes de tales prodigios figuran tanto los alumnos, como los profesores, las autoridades y el personal del servicio de limpieza del liceo. 

No obstante, las anécdotas más interesantes acerca de los misteriosos sucesos del Liceo I.P.O.LL me fueron comunicadas de primera mano por un agente de la Policía, padre de un buen amigo, que ha debido pasar largas noches en solitario en el edificio cumpliendo la guardia como sereno. Este hombre, digo, cuya veracidad es para mi el Evangelio, me comunicó que se manifiestan allí visiones de todos los colores imaginables: cuando no es una canilla que se abre sola en el baño, es una cisterna accionada por el aire; cuando no es una cisterna, se presentan increíbles ventoleras de frío, aún cuando sea en pleno verano y en los alrededores los árboles estén quietos y adormecidos por el agobiante calor; cuando no es una corriente de aire, es una neblina cerrada de color blanco que invade la atmósfera; cuando no es una neblina, se perciben luces y fogonazos en los corredores; y cuando no es ni éste ni ninguno de tales prodigios, en ocasiones puede detectarse un fortísimo olor a azufre emanando de los lugares más insólitos: el laboratorio, el salón de actos, la sala de profesores, el galponcito de gimnasia, la biblioteca. También se ven -me asegura- rostros inhumanos insinuándose en el fondo de los espejos. 

Según mi testigo, son tantos los policías y serenos que podrían corroborar estas apariciones que, desde hace ya mucho tiempo, y fatigosamente atemorizados, ninguno de ellos se anima a hacer la guardia permaneciendo en el interior del liceo, sino que invariablemente realizan la ronda de vigilancia en los perímetros exteriores. 

(Anécdotas) 

Verónica y Mónica, dos estudiantes del turno nocturno del liceo, afirman que una vez, al salir a la medianoche, sintieron ruidos de cadenas y estallidos en el laboratorio (el lugar del instituto que más leyendas acumula). 

Al acercarse a mirar, descubrieron que los muebles en donde se guardan los instrumentos estaban abiertos, y una ventana aparecía abierta a pesar de haber sido cerrada por las propias estudiantes minutos antes. 

A la semana siguiente, las jóvenes volvieron a escuchar los ruidos de cadenas y al acercarse vieron una sombra. Las estudiantes no volvieron más al liceo y aseguran que jamás olvidarán lo sucedido allí. 

Una ex funcionaria del IPOLL, que pidió que su identidad no fuera revelada, trabajó allí en el '85. Recuerda los comentarios en torno a los supuestos espíritus y comenta un caso que le impactó. Por aquella época quedó un funcionario de sereno, que debió quedarse todo enero mientras el liceo estaba cerrado. Cuando los profesores se reintegraron en febrero, el funcionario comentó los horrores que había pasado: gritos en la noche, lamentos, cosas extrañas. Ese compañero se suicidó a los pocos días de comenzar su licencia, y los restantes profesores recuerdan con pena no haber dado más importancia a sus relatos o contenerlo. 

Otra de las tantas historias que nos llegaron proviene de un ex estudiante, que pide especialmente que no se mencione su nombre."Respecto al liceo he escuchado esa historia y también alguna más reciente", nos cuenta. "En los laboratorios de química, hace algunos años, un profesor salió espantado luego que al intentar echar un líquido en un tubo de ensayo, el chorro se dividiera en dos y cayera en los costados, sin que entrara una gota en el tubo". 

"Cuando yo iba al liceo", continúa, "se hablaba de un fantasma con nombre y apellido. Yo me he quedado en algunas ocasiones de noche en la Universidad -atrás del liceo- y también se oyen pasos y ruidos extraños durante la noche. Actualmente sólo quedan policías afuera del liceo, en el ala opuesta a los laboratorios".

MITOS y LEYENDAS en URUGUAY:

En Uruguay son innumerables las leyendas tanto urbanas como del interior profundo. De niños todos hemos escuchado historias sobre "Lobizones", "apariciones" o hechos misteriosos de difícil explicación racional.
No todas las "leyendas urbanas" tienen relación con hechos "sobrenaturales", muchas veces simplementese se trata de relatos que involucran a seres identificados claramente o no, que fueron protagonistas de hechos particulares.
Otro capítulo son los Ovnis ya que también, muchos de los relatos sobre el fenómeno, terminaron siendo "leyendas". Hoy es un tema "demodé" bastante difícil de sostener a la luz de los nuevos descubrimientos científicos y de la permanente auscultación de la cual es objeto nuestro planeta, fotografiado y filmado desde tierra por cientos de miles de cámaras diariamente y desde el espacio fotografiado también por diversos satélites.
Hemos realizado una selección de sitios web relacionados con estos temas y se los presentamos a continuación para que cada uno saque sus propias conclusiones.
Con nuestro saludo: Equipo de Secretos y Leyendas

jueves, 11 de agosto de 2011

La Sirena del Río Uruguay

Pariente lejano de la sirena mitológica, un ser solitario y grotesco asoma de tanto en tanto en la superficie del río Uruguay.

Brindamos la cuarta y última entrega de nuestro espacio dedicado a Salto dentro de las leyendas urbanas, gracias a la colaboración de Diego Moraes. Tras la publicación de "La aparecida de la Ruta 3", "El fantasma de Horacio Quiroga" y "Los ovnis de la Aurora", Diego nos introduce en una historia con rasgos mitológicos.
El mito de la sirena del Río Uruguay es una de esas clásicas leyendas que desde tiempos inmemoriales seduce la imaginación de los hombres de todo el litoral oeste del país, e incluso de aquellos que habitan todavía más hacia el sur de la República, pues es evidente que la famosa sirena del Río de la Plata, sobre la que misteriosamente refieren algunos pescadores montevideanos, no es sino la mismísima ninfa de aguas dulces en una de sus excursiones más alejadas. Con todo, es probable que en ningún otro sitio como en Salto esta leyenda posea tantas anécdotas y testimonios que den prueba de su existencia.

Pese al ostensible nombre de esta bestia, la sirena del Río Uruguay es un animal que apenas recuerda a su congénere de la mitología clásica.

Una diferencia notoria proviene de las apreciaciones fisonómicas de cada una de estas especies. Las sirenas de la antigüedad helénica fueron seres de forma híbrida, que de la cintura para arriba asemejaban unas hermosísimas doncellas de largas cabelleras y de formas voluptuosas, mientras que de la cintura para abajo eran unos peces gigantescos. En cambio, la sirena del Río Uruguay no es un mero complemento entre una especie humana y otra animal, sino tal vez un híbrido indeterminado entre ambos términos. Se sabe que tiene extremidades, pero éstas no son los tiernos brazos de una náyade, sino unas especies de tentáculos provistos de largas garras y de aletas. Hay también consenso en que tiene abundantes cabellos, pero éstos no son finos y delicados, sino verduzcos y pinchudos como si se tratara de un puñado de bigotes de surubí. Sus ojos son amarillos y saltones, como los de un sapo, y no toleran la luz. El conjunto del monstruo da la impresión de un axolote enorme, pero cuyas facciones evocan, lejanamente, rasgos humanos. Su piel, brutalmente salpicada de erupciones, es de un color gris piedra que le permite un camuflaje sin igual en las oscurecidas aguas del río.

Otra diferencia importante es que al tiempo que las sirenas sobre las que nos refieren los relatos de la mitología y la epopeya clásica siempre avanzan en grupos, verdaderos harenes fantásticos de seductoras marinas, la sirena del Río Uruguay, en cambio, es un ente tristemente solitario. Es probable que se trate del último espécimen de su raza. La pobre criatura vaga de aquí para allá, desamparada, sin otra compañía que la corriente del río y la ocasional cercanía de otros peces que el azar de las aventuras pone en su camino.

Pero tal vez la principal diferencia entre la especie helénica y la sirena del Río Uruguay -a quienes conviene reconocer, sin embargo, como parientes muy lejanas-, es la absoluta disparidad entre sus respectivos comportamientos en relación a los humanos. Las sirenas de la antigüedad clásica encontraban singular deleite en provocar la desgracia y la muerte de los hombres. Sus hermosas melodías y sus hipnóticos cantos atraían la atención de los navegantes, que descuidaban el curso de sus naves y las estrellaban así contra los arrecifes, pereciendo toda la tripulación en las aguas. Por el contrario, la sirena del Río Uruguay es un ser absolutamente pacífico, y más que bonachón, casi inocente, que nunca ha causado y es previsible que no causará jamás daño a nadie.

Puesto que, como se dijo, se trata de un ser solitario en extremo, posee, eso sí, una gran curiosidad. Pero es de un carácter tan arisco y huraño que toda vez que se acerca a un humano, y es percibida por éste, la sirena se zambulle de súbito en las aguas y huye despavorida, como si la sola idea de ser contemplada por los ojos de la gente le provocara un estremecimiento más poderoso que su osadía de mostrarse.

Desde que los practicantes de la religión afro-umbandista instalaron en la playa Las Cavas una bellísima escultura de Ie-Manjá, los avistamientos más frecuentes de la sirena en la ciudad de Salto se produjeron precisamente en esa zona del Río Uruguay. Muchos de los devotos de esta diosa, que habitualmente se acercan a la costa del río a realizar sus rituales y a presentar sus ofrendas de flores, velas y animales, juran haber divisado más de una vez a la "Madre de las Aguas" saltando a lo lejos, o a veces también paseando en una barca, vestida con sus conocidos atuendos de colores blanco y turquesa, su silueta recortándose en el espejo de plata de la luna. Estas visiones me fueron confirmadas también por algunos de los muchachos del cuerpo de Guardavidas de la Intendencia que en las épocas del verano custodian las playas salteñas. Hacia el atardecer, cuando van a recoger las boyas de seguridad, se ven a menudo espantados por el súbito borbollón de agua que, en su torpe desplazamiento por debajo de la chalana, produce la sirena al pasar.

Igualmente, los marineros de la Prefectura, hastiados de caminar y de vigilar con sus binoculares toda la costa del Salto, fueron testigos de sus fugaces apariciones.

Fuera de estos registros recientes, hubo una época en la que los avistamientos más frecuentes de la sirena del Río Uruguay se realizaron en el puerto de la ciudad. Tal vez por esta razón, quienes están en mejores condiciones de proporcionar datos fidedignos sobre la existencia de este apacible monstruo acuático, sean los habituales pescadores que noche tras noche van allí a tirar sus plomadas. También los pescadores de río adentro, que rastrillan la zona portuaria con sus embarcaciones y sus redes, se ven de ordinario sorprendidos por la visita de este curioso engendro.

En ocasiones, las personas que hacia el atardecer regresan de Concordia en la lancha, pudieron observar también de qué simpática manera acompañaba la sirena el surco blanco de agua que el motor produce en el río, asomando la cabeza y hundiéndose en forma reiterada. Otras zonas de avistamientos frecuentes de la sirena del Río Uruguay en Salto son las rocas del Ayuí, las cuevas de San Antonio y las compuertas de la Represa de Salto Grande, sitio en el que no es por cierto infrecuente advertir a este fantástico animal, saltando alegremente junto a los dorados en los torbellinos de agua.